jueves, 28 de agosto de 2008

El inquieto sereno (el río)

Se entretiene, con la incesante danza que le auspicia el viento. El estoicismo con el que lo acaricia con suspiros patagónicos, va formando las crestas oleadas esas, que vaya a saber uno donde empiezan. El fin (de las marchantes) es la orilla, desbaratarse contra ella, expandiéndose enteras en un instante, dando la imagen de abertura, de choque. Y entre tanta ceremonia diaria, ese “psh” de gracia suena con gran envolvente para dejar este mundo con elegante honor.
A los lejos un par de tipos se dilatan con la caña de pescar. Llevan a cabo incontables veces su ritual de tirar la caña atrás para tomar impulso y dar un nuevo intento. Lo mismo sucede con el ademán de traer la tanza, ese batido de crema que se parece a una pascua linda en acción.
El viento no manda. Los álamos se entregan sin entregarse. Se dejan a disposición pero no se abandonan, no señor. Los sauces inquietos están, se les nota la entrega controlada con el viento. Las brisas solo les proporcionan regocijo, estirar un poco las ramas y sacudir las hojas cuales abuelitas a un son cubano. Son guardianes. Supervisores de los camalotes y autores de las sombras. Le dejan a la orilla ese tono descontrolado, de pelo largo, de subversiva.
Y entre tanta contemplación te veo a lo lejos, mojándote los pies. Me preocupo. Es agosto. Pero hay algo que me señala que no me tengo que preocupar, entonces me levanto y me voy.

X/11/07 Neuquén